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La Selvas del Manu: Exuberante Belleza


Foto: Walter Wust.

 

 


Foto: Walter Wust

 

 


Foto: Guillermo Tello.

 

 


Foto: Walter Wust. 

 

 


Foto: Walter Wust. 

 

 

 


Foto: Guillermo Tello.

Por: Walter Wust

Amanece en el bosque tropical. Una espesa bruma lo envuelve todo, acentuando el canto de miles de aves que saludan al nuevo día. El sol se eleva perezoso entre las copas de los gigantes del bosque y sus primeros rayos convierten en perlas las minúsculas gotas de rocío suspendidas de cada hoja. De pronto, como salida de la nada, una delgada canoa avanza lentamente sobre las quietas aguas de una laguna. Sobre ella, de pie y en perfecto equilibrio, un hombre observa la verde superficie con gran atención. Lleva varias flechas y un arco de chonta con el que impulsa la embarcación. Se detiene y fija la mirada en las aguas. Tensa sus músculos y se apresta a disparar.
Durante unos segundos la imagen parece congelarse, detenida en el tiempo. Miles de años atrás, con una canoa similar, un hombre como éste, quizá disparó flechas de chonta sobre estas mismas aguas. Quizá los cantos de las aves resonaron también en el bosque y la bruma matinal lo envolvió todo. Quizá aquellas mañanas fueron como ésta en las selvas de la Amazonia peruana.
El zumbido de la flecha nos devuelve a la realidad. Atravesado por el lomo, un plateado boquichico de casi dos kilogramos quiebra la superficie de la laguna. El nativo lo sujeta con suavidad y lo coloca en la canoa. Su familia comerá pescado esa mañana.

Extraordinaria riqueza
Nos encontramos en las selvas del Manu, a varios días de viaje en canoa por serpenteantes ríos del departamento de Madre de Dios. Considerado como uno de los territorios mejor conservados del planeta, este paraje alberga una extraordinaria riqueza natural, y constituye el hogar de grupos nativos que viven en armonía con su entorno, del mismo modo que lo hicieron sus antepasados.

Estas selvas constituyen el rincón más diverso de la Tierra y han sido declaradas por la UNESCO como Patrimonio Natural de la Humanidad. Con una extensión de casi dos millones de hectáreas (la mitad de la superficie de Suiza y el doble de la de Puerto Rico), la Reserva de Biósfera del Manu comprende áreas sujetas a la protección estricta -el Parque Nacional-, y otras de uso sostenido o de manejo de recursos: la zona reservada y la zona cultural.
Fue establecida en 1973 por recomendación del zoólogo inglés Ian Grimwood, a quien el gobierno peruano encargó proponer una zona en la selva que reuniera las condiciones de belleza y riqueza natural que ameritaran su preservación.

El especialista recorrió prácticamente todo el oriente del país sin encontrar una zona que tuviera las características ideales.

Desilusionado, acudió a las oficinas del Estado a presentar su informe. Aquí conoció al naturalista polaco Celestino Kalinowski, colector de fauna silvetre y viajero empedernido de la Amazonia, quien vivía afincado en la selva alta del Cuzco. Kalinowski había venido a la capital para proponer a las autoridades la creación de una reserva en cierto lugar de la Amazonia conocido como Manu, una zona de difícil acceso, pero poseedora de la mayor riqueza natural imaginable. A los pocos días realizaron la travesía y la conclusión fue definitiva. Era necesario proteger ese rincón del país.

Mil caras del Manu
Muchas causas en conjunto determinan la exuberancia del Manu. La principal es la sorprendente variedad de ecosistemas que se suceden en su interior. Conformando un transecto altitudinal que abarca más de cuatro kilómetros de desnivel vertical, una serie de microclimas y ambientes se combinan favorecidos por una compleja y abrupta geografía, unida a condiciones climáticas extremas.

El Manu se inicia a más de 4,000 m.s.n.m. Una accidentada montaña domina el paisaje de la puna. Es allí donde el viento helado barre sin cesar las matas de ichu y donde el cóndor andino vigila impasible desde las alturas. Conforme se desciende, la humedad aumenta. El ichu y los rugosos quinuales dan paso a los extraños bosques enanos de la puna.

Los hombres de esta región lo llamaron Apu Kañahuay, que significa "el que está cerca de Dios".

En las alturas de Paucartambo, enclave andino al este del Cuzco, la naturaleza creó el mayor balcón natural del planeta. Conocido como Tres Cruces o Acjanaco, el lugar ofrece un panorama sin igual. Las nubes, literalmente emergen a los pies del viajero, para ascender desde la selva hacia la cordillera, en un espectáculo de belleza indescriptible.

Sin embargo, durante la salida del sol, la profusión de colores y haces de luz, cobra su mayor intensidad. Por algo se dice que desde aquí es posible observar el amanecer más bello del mundo.

Al descender un poco más, la pendiente se vuelve pronunciada. Las montañas parecen cortadas a tajo, y la tierra desaparece cubierta por la frondosa vegetación de palmeras y bosques de bambú. Los arroyos que discurrían apacibles en las llanuras andinas, se precipitan en picada hacia el oriente, formando corrientes turbulentas y cascadas de agua cristalina.

Nos encontramos en los bosques de neblina, paraíso de orquídeas y helechos arbóreos, bromelias y begonias gigantes, mariposas y picaflores. Este es un mundo de musgo que lo cubre todo sin distinción.

El hogar del tunqui o gallito de las rocas, del oso andino o ucumari, del quetzal y del mono choro. Un entorno de indescriptible esplendor pero de gran fragilidad.

Tierra generosa
Al dejar el reino de las nubes, se ingresa a una zona de clima benigno y apacible. Hasta las montañas parecen darse un respiro, convirtiéndose en onduladas moles de verde intenso. Una tierra generosa de frutales y ríos claros. El lugar donde los antiguos hombres del Ande descubrieron y cultivaron la coca -hoja sagrada de los reyes-, el ají y la granadilla.

Una tierra donde el sol calienta los días y las noches son frescas con aromas de flores y hongos. En la lejanía, el aire tibio de la selva baja invita a descender aún más.
Finalmente, luego de su violenta caída, los ríos se toman un descanso.
Serpentean lentos como culebras de color rojizo, mientras los sedimentos arrastrados desde los Andes forman amplias playas de arena fina. Es la llanura amazónica. Aquí los árboles alcanzan los 60 metros de altura y sus troncos, dotados de colosales aletas llegan a ser tan anchos que son necesarios 20 hombres tomados de las manos para poderlos rodear. De sus ramas penden lianas del ancho de un buey y sus grandes copas floridas pueden ser divisadas incluso desde las ventanillas de un jet.

Este es el territorio de caza de animales hermosos y espectaculares, de jaguares y enormes caimanes negros, de tapires de 200 kilogramos y roedores del tamaño de un perro pastor alemán (los ronsocos). También de cerdos de monte armados con enormes colmillos (sajinos y huanganas), y criaturas que no han variado un ápice desde la era prehistórica (armadillos, hormigueros y perezosos).

Los árboles son compartidos por más de 600 variedades de aves, que van desde las poderosas águilas harpías -comedoras de monos de más de un metro de altura-, hasta los pequeños picaflores poco mayores que un insecto. Pasando por bandadas de coloridos guacamayos, tucanes, garzas, pavas, perdices y muchas, muchas más.

Equilibrio único
Para el visitante, la selva luce abundante e impasible. Da la apariencia de estar dormida desde siempre. La realidad, sin embargo, es totalmente opuesta. En medio de la quietud del bosque, se desarrolla una de las más feroces luchas por la vida que el hombre pueda imaginar. Cada organismo compite por alimento y espacio vital, pero a la vez, debe evitar ser presa de los depredadores.

Las plantas son posiblemente las que mejor representan esta "doble personalidad". Aparentemente inmóviles, se disputan cada centímetro de terreno en busca de luz y suelo. Han desarrollado poderosas defensas químicas y duras corazas para disuadir y repeler a posibles comensales.

Por su parte, los animales han evolucionado antídotos y eficaces herramientas para doblegar a las plantas. Cada palmo de terreno bulle de vida y se encuentra directamente relacionado con el resto del bosque, conformando un sistema tan complejo como sorprendente.

Esta suerte de caos ha funcionado de manera perfecta durante millones de años. El resultado es un equilibrio sin precedentes. Cada criatura ocupa un lugar en la cadena de la vida y es indispensable para la supervivencia de la otra.

Así, de la misma forma en que los peces son vitales para dispersar las semillas de los gigantes del bosque, los murciélagos polinizan las flores, que luego producirán frutos. Y éstos alimentarán a legiones de monos y aves. Finalmente, los microorganismos incorporan cada hoja caída al ciclo de nutrientes. La selva se renueva cada día. Los Machiguenga, al igual que los Yaminahua, Piro, Amahuaca y Amarakaeri han sabido observar la naturaleza y comprender sus procesos, integrándose a ellos en vez de intentar dominarlos. Su nivel de adaptación llegó a tal extremo, que vivieron durante milenios sin agotar sus recursos. Han desarrollado métodos de agricultura integrada al bosque, y empleado centenares de especies de plantas y animales para los más diversos fines: construcción, vestido, alimentación, medicina y hasta rituales mágicos. Conocieron plantas que curaban las picaduras de peligrosas víboras, que aliviaban el dolor, que servían como repelentes, eficaces contraceptivos o poderosos cicatrizantes.

Todo ese aprendizaje no hubiera sido posible sin un férreo respeto por la vida en todas sus formas. Las selvas del Manu nos ofrecen hoy en día la oportunidad de conocer el bosque tropical como fue hace millones de años, de adentrarnos en sus procesos y de aprender -con la humildad de quienes ansían descifrar las leyes de la naturaleza- cada uno de los secretos. Un tesoro que los peruanos y el mundo entero debemos conservar.endofarticle.gif (44 bytes)

Por Walter Wust
Año II/Número 9 , Página 38
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